domingo, 17 de junio de 2012

Una aproximación a Benjamin y su interés para la teoría literaria


Por María Eva Baez

Walter Benjamin y su análisis materialista de la producción literaria resultan de un gran interés para la teoría literaria en la medida en que no se limita a analizar las obras en sí mismas, es decir los productos literarios, sino que llama a la reflexión de los autores sobre su propio lugar en el proceso de producción de la literatura, los medios y formas de esta producción y las transformaciones que debe operar el intelectual que opta por ponerse al servicio del proletariado en su lucha revolucionaria contra la burguesía.
En su texto “El autor como productor”(1) Benjamin reconoce que ya se ha cuestionado la autonomía del autor: la “libertad para escribir lo que quiera”. El escritor burgués recreativo trabaja siempre en razón de determinados intereses de clase, aun sin admitirlo. Podemos clarificar esta afirmación apelando a Terry Eagleton, quien en su trabajo “Una introducción a la teoría literaria” sostiene que en las diferencias individuales de opinión subyace un firme consenso de valoraciones inconscientes que se relacionan estrechamente con las ideologías sociales (2). En el escritor progresista tampoco hay autonomía, ya que sobre la base de la lucha de clases decide orientar su actividad al servicio del proletariado, es decir que persigue una tendencia.
Sin embargo, Benjamin plantea que es un error considerar por separado la tendencia política progresista de la calidad literaria de las obras, ya que este abordaje no da cuenta de la profunda interconexión de estos dos elementos. Para una correcta crítica literaria política, se debe incorporar el concepto de tendencia literaria. Para esto es necesario superar la contraposición entre forma y contenido y abordar en forma dialéctica la obra literaria no sólo en relación con su contexto social sino en relación con las condiciones de producción literaria de la época, es decir, en relación con la técnica literaria.
El autor que no reconoce su propio lugar en el proceso de la producción literaria, corre el riesgo de apropiarse del aparato burgués de producción sin modificar sus formas e instrumentos y mantener la sujeción de la literatura a las condiciones de producción literaria de la clase dominante. El contenido político de una obra literaria no significa por sí mismo que tal obra sea revolucionaria, en la medida en que no cuestiona, por ejemplo, quién produce la literatura, al servicio de qué intereses la produce, bajo qué condiciones sociales la produce, quiénes acceden al consumo de esta literatura, etcétera. Es un error que el autor se considere a sí mismo como alguien ajeno al proceso de producción literaria y pretenda librar una lucha revolucionaria contra la burguesía en el terreno del espíritu, sin cuestionar las bases materiales de producción de literatura. El pensamiento privado no resulta decisivo políticamente. En general, esta tendencia responde a intelectuales proletarizados de origen burgués. El intelectual se sitúa por fuera de la lucha de clases y su solidaridad con el proletariado está basada en una simpatía ocasional que lo ubica como un mecenas ideológico. Este lugar es imposible, en tanto que el intelectual posee un medio de producción que le ha brindado la clase burguesa, a saber: la educación, que constituye un privilegio respecto del proletariado, y por lo tanto crea lazos de solidaridad mutua entre el intelectual y la clase dominante.
La burguesía incorpora y asimila con relativa facilidad el “contenido político” progresista de las obras literarias si éstas no ponen en cuestión sus bases materiales de producción. Se transforman así en objetos de consumo la miseria, la explotación capitalista e inclusive la misma lucha revolucionaria, con lo cual las obras dejan de ser un instrumento para la lucha política contra la burguesía y un imperativo para la decisión a favor de la lucha revolucionaria de la clase obrera, para convertirse en tema de contemplación y artículo de consumo de las capas burguesas. Por lo tanto, el intelectual revolucionario ante todo aparece como un traidor a su clase de origen (Aragon), cuya “traición” no debe consistir únicamente en la denuncia o actividad destructiva hacia la clase capitalista, sino también en revolucionar su propio trabajo. Su tendencia política debe corresponderse con una correcta tendencia literaria, que incluye la calidad literaria de sus obras.
Para que el autor como productor pueda encontrar su lugar en la lucha de clases deberá posicionarse respecto del proceso de producción y modificar sus formas e instrumentos. Brecht acuña para ello el concepto de transformación funcional.
El progreso técnico, para el autor se ubica a sí mismo como productor, es la base de su progreso político. Benjamin afirma que existe un proceso de refundición de las formas literarias en el que muchas antiguas contraposiciones en las que estamos habituados a pensar dentro de la literatura pierden su vigor al calor de los importantes progresos técnicos. Por ejemplo, la contraposición entre escritor y poeta, entre investigador y divulgador e inclusive entre autor y lector o bien actor y espectador, en el caso de la obra dramática. Para ilustrar cómo se puede dar tal transformación funcional, recurre a dos ejemplos: el del teatro épico de Bertolt Brecht y el de la prensa en la Rusia posrevolucionaria.
Brecht se niega a utilizar un aparato de producción (el aparato escénico) consagrado por la clase dominante. Este aparato se ha convertido en un medio no de los productores, sino contra los productores, en la medida en que busca llevar a los dramaturgos a una competencia sin salida con el cine y la radio recurriendo a efectos cada vez más complejos para construir sus acciones, que buscan estimular a la capa social burguesa destinataria. Brecht recurre entonces a los elementos esenciales del teatro e intenta modificar las contraposiciones consagradas entre escena y público, texto y puesta en escena, director y actores. Incorpora del cine y la radio el procedimiento del montaje, que consiste en montar una interrupción de la acción dramática. Su finalidad no es tanto desarrollar acciones (que operan como una ilusión sobre el público) como exponer situaciones por medio de esta interrupción deliberada, de forma que el espectador se ve obligado a tomar una postura frente al suceso dramático y a que el actor la tome respecto de su papel. De esta forma, obliga a la reflexión de actores, espectadores y del propio dramaturgo respecto de su lugar en el proceso de producción de la obra dramática.
En la Rusia soviética, la distinción entre autor y público que la prensa burguesa mantenía en forma convencional va extinguiéndose para incorporar como colaboradores de prensa a los mismos lectores, sobre la base de una creciente competencia literaria para las amplias masas de la población con el acceso a la cultura, que bajo el capitalismo es patrimonio de una elite especializada. Cabe suponer que bajo estas condiciones existe un trastocamiento de las formas de producción literaria, generando múltiples transformaciones en los contenidos, el público, los medios de producción y la misma reflexión sobre el trabajo literario y su relación con los objetivos socialistas.
En ambos casos, los productos del autor tienen una función organizadora. Es decisivo el carácter modelo de esta producción, que además de tener una tendencia política instruye también a otros productores, pone a su disposición un aparato mejorado de producción y lleva a los consumidores (lectores o espectadores) al proceso de producción, transformándolos en colaboradores. El autor como productor toma conciencia de su función y comprende que su solidaridad con el proletariado únicamente puede ser mediada, actuando como un ingeniero que transforma el aparato de producción al servicio de la revolución proletaria. Mientras más oriente su actividad a esa tarea, más correcta será su tendencia y más elevada su calidad técnica. A la vez, será menos susceptible de considerar que debe librar una lucha revolucionaria en el terreno del espíritu y comprenderá que ésta únicamente se juega e el terreno de la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado. Para terminar, podemos ver un ejemplo de conciencia del autor como productor en el poema de Vladimir Maiakovski “El poeta es un obrero”:
El poeta es un obrero
Se le ladra al poeta:
«¡Quisiera verte con un torno!
¿Qué, versos?
¿Esas pamplinas?
¡Y cuando llaman al trabajo, te haces el sordo!»
Sin embargo
es posible que nadie
ponga tanto ahínco en la tarea
como nosotros.
Yo mismo soy una fábrica.
Y si bien me faltan chimeneas,
esto quiere decir
que más coraje me cuesta serlo.
Sé muy bien
que no gustáis de frases vacías.
Cuando aserráis la madera, es para hacer leños.
Pero nosotros
qué somos sino ebanistas
que trabajan el leño de la cabeza humana.
Por supuesto
que pescar es cosa respetable.
Echar las redes.
¿Quién sabe? ¡Tal vez un esturión!
Pero el trabajo del poeta es más beneficioso:
la pesca de hombres vivos, esto es lo mejor.
Enorme, ardiente es el trabajo en los altos hornos,
donde se forma el hierro chisporroteante.
¿Pero quién
se atrevería a llamarnos holgazanes?
Nosotros bruñimos las mentes con áspera lengua.
¿Quién es más aquí?
¿El poeta o el técnico
que procura a los hombres
tantas ventajas prácticas?
Los dos.
Los corazones son también motores.
El alma es también fuerza motriz.
Somos iguales.
Camaradas de la clase trabajadora.
Proletarios del cuerpo y del espíritu.
Solamente unidos
solamente juntos podremos engalanar el universo,
acelerar el ritmo de su marcha.
ante una oleada de palabras, levantemos un dique.
¡Manos a la obra!
¡Al trabajo, nuevo y vivo!
Y a los que discursean
que se les mande al molino.
¡Para que el agua de sus discursos haga girar sus aspas! 

NOTAS
(1)   Benjamin, Walter. “El autor como productor”. En: Tentativas sobre Brecht.
(2)   Eagleton, Terry. “Introducción: ¿qué es la literatura?”. En: Una introducción a la teoría literaria

1 comentario: