El relato demonizador y "la historia oficial"(I)

Por Jazmín Jimenez y Alejandro Cámac.
Debates con la historiografía mendocina (tercera parte)
Así refleja la prensa de la época, el asesinato del
poeta y militante revolucionario Paco Urondo.

A diferencia del discurso legitimador de la dictadura con el que polemizamos en la nota anterior; la escuela historiográfica de Pablo Lacoste, desarrollada con la vuelta de la democracia, se mantiene hasta la actualidad como la “historia oficial” de la Provincia de Mendoza. Sus libros se estudian no sólo en las universidades, sino también en las escuelas públicas y todas las publicaciones “populares” sobre la historia de Mendoza de las últimas décadas. Dedicaremos dos notas a la polémica con esta corriente. La próxima semana abordaremos el debate con las publicaciones de “Mendoza a través de su historia”; e incluiremos una mención a la particular visión sobre el Mendozazo de una autora que recrea una teoría particular de los dos demonios durante este proceso.

En esta nota tomaremos la primera parte del libro “Las luchas políticas en Mendoza (1937-1987)” de Pablo Lacoste, haciendo hincapié en el período que va del Cordobazo al Golpe de Estado de 1976. Nuestra intención es polemizar con este autor no sólo con el análisis nacional, sino también con la caracterización que hace del contexto internacional de este período.

Al analizar cómo afectaba la guerra fría entre la URSS y EEUU a los países del tercer mundo plantea que “…los principios ideológicos en los cuales se basaban ambos modelos eran incompatibles entre sí. La doctrina marxista reivindicaba la revolución mundial. Por ello Estados Unidos temía constantemente las conspiraciones que desde Moscú pudieran fomentar la subversión en terceros países. Por su parte, la ideología capitalista tenía una tendencia irreprimible a ensanchar constantemente los mercados. Como resultado, la Unión Soviética desconfiaba de los Estados Unidos, y sospechaba que los agentes de esta superpotencia estarían conspirando dentro y fuera de su zona de influencia” (1).  Lacoste identifica el marxismo y la “revolución mundial” con el régimen totalitario de la URSS stalinista. Trotsky en numerosos escritos caracteriza a la URSS, como un Estado obrero deformado producto de la burocratización y la contrarrevolución bonapartista del stalinismo contra los fundadores del primer estado obrero de la historia. A diferencia de lo que plantea Lacoste, la orientación pacifista del “socialismo real”, no promovió la revolución internacional, sino que hizo todo lo que tenía a su alcance para evitar el triunfo de los procesos revolucionarios que se dieron en diversos países, luego de la primera y la segunda guerra mundial, y por ende un obstáculo para que Rusia alcanzara el socialismo, ya que para los marxistas es imposible construir “el socialismo en un solo país”.

Luego dice que “Las dos superpotencias sabían que eran enemigos irreconciliables, pero que no había posibilidad de resolver sus contradicciones en una guerra abierta. En el Norte, la rivalidad quedaba congelada. Era el reino de la Guerra Fría. Para canalizar las tensiones había otros escenarios disponibles. Estos se hallaban en el Tercer Mundo, y allí era posible la guerra caliente. Cada superpotencia buscaría sus aliados internos, les brindaría su respaldo ideológico, económico y militar, y los lanzaría a la lucha. En 40 años, la Unión Soviética y Estados Unidos fueron directa o indirectamente activos incentivadores de guerras civiles, luchas fratricidas, movimientos revolucionarios y/o dictaduras con terrorismo de Estado en numerosos países.” (2)

El análisis que hace de la guerra fría no toma en cuenta el rol que jugo la burocracia stalinista que había salido fortalecida de la segunda guerra mundial. El acuerdo de Yalta estableció una colaboración contrarrevolucionaria con la burguesía imperialista. Lo hizo a través de la influencia que tenía sobre los Partidos Comunistas y sobre los movimientos de liberación nacional en las colonias y semicolonias imponiéndoles una orientación que subsume dentro del orden social y del statu quo diplomático los cuestionamientos revolucionarios y las luchas antiimperialistas. La tragedia más cercana de esta orientación traidora del stalinismo que vimos los mendocinos, fue la orientación del PC chileno, bajo el proceso de la Unidad Popular de Allende, en el que bajo la ilusión de “la vía pacífica al socialismo”, hizo todo lo que estuvo en sus manos por desarmar a los trabajadores y sus organizaciones frente a la reacción de la burguesía chilena y el imperialismo norteamericano, que terminó con la dictadura fascista de Pinochet.

Lacoste señala que los imperialistas norteamericanos “…se involucraban en conflictos que muchas veces se habían iniciado por problemas internos, ajenos a la rivalidad Este-Oeste. Incluso en países donde la injerencia soviética era escasa o nula. Los Estados Unidos visualizaban un peligro para sus intereses…Con este criterio, esta nación intervino militarmente en los países de América Central y el Caribe cada vez que lo consideró oportuno para defender sus intereses” (3).  El autor explica correctamente la responsabilidad que tuvo EEUU en las numerosas dictaduras que sufrió Latinoamérica; pero “omite” otro de los actores fundamentales de los golpes de Estado: las burguesías nacionales de estos países. Resulta curioso que el autor no las mencione no sólo en este párrafo, sino tampoco en el resto del libro.

Nos dice que, con la Revolución Cubana ,“América Latina se transformó en un continente en erupción. Las Universidades albergaban movimientos masivos que salían a las calles a protestar por la guerra de Vietnam y a cuestionar la presencia de empresas norteamericanas en la región. Desde la Iglesia Católica se apuntalaba este movimiento, a través de la Teología de la Liberación y el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Jóvenes de familias burguesas, encandilados por la estrella de la boina de Guevara, ensayaban la organización de células guerrilleras. Había una constante ebullición cultural, que se reflejaba en la música popular, a través de la canción de protesta, el teatro revolucionario y demás manifestaciones artísticas.”  “Las movilizaciones de las masas en el Tercer Mundo fue una de las notas típicas de esos años. El Departamento de Estado y los sectores conservadores de los países latinoamericanos creían ver la mano de Moscú detrás de todo esto. Pero en realidad se trataba de una sospecha, con poco fundamento.” (4) Si bien los movimientos que menciona Lacoste fueron importantes, no eran los que hacían tambalear al sistema. Aquí una vez más el autor se olvida del actor fundamental, que ponía nervioso no sólo a EEUU sino también a las burguesías nacionales, la clase trabajadora que fue la que en numerosos países latinoamericanos empezaba a cuestionar la propiedad privada y con ella al sistema capitalista (“Asambla Popular” en Bolivia, “Cordones Industriales” en Chile, “Coordinadoras Interfabriles” Argentina, etc.).

Más adelante nos dice que “…Incluso desde el punto de vista ideológico, el mayor símbolo de las guerrillas latinoamericanas era el heterodoxo Che Guevara, y no el disciplinado Fidel Castro. Entre estos movimientos se destacaban grupos maoístas, inspirados en el modelo chino, y grupos trotskistas, referenciados en el mayor enemigo público de Moscú. Además un papel importante cupo a los sacerdotes tercermundistas en los movimientos latinoamericanos, como también a la Teología de la Liberación. Y todo ello era ajeno al modelo soviético, cuya matriz ideológica anclaba en el materialismo histórico.” (5) Una vez más iguala marxismo (materialismo histórico) con el régimen burocrático de la URSS, pero ahora va más allá opone el materialismo histórico al trotskismo. Lacoste revela no sólo un profundo desconocimiento de la revisión que hizo la burocracia stalinista de los principios marxistas y el materialismo histórico, con su teoría del “socialismo en un solo país”, la “coexistencia pacífica” y los manuales escolásticos del “diamat”, que eran su verdadera “matriz ideológica”. Sino también sobre las diferencias “con Moscú” del trotskismo, el maoísmo y el guevarismo.

Luego de las experiencias traumáticas de Cuba y Vietnam, el historiador señala que “el primer paso de la estrategia de Estados Unidos en América Latina fue el adoctrinamiento de los oficiales de las Fuerzas Armadas. Se distribuyeron becas para la formación de cuadros en las academias de Estados Unidos y allí se difundieron la Doctrina de la Seguridad Nacional y la Teoría de las Fronteras Ideológicas. Se impartieron cursos en tácticas de contrainsurgencia, se enseñó el horror del Vietnam y la forma de hacer la guerra a enemigos que se mimetizaban en la sociedad civil. Los militares latinoamericanos, deslumbrados por el esplendor de las instalaciones marciales y el boato imperial de Estados Unidos, se vieron fuertemente influidos por estos enfoques. Volvieron a sus países con algunas ideas bastante simplistas: el comunismo era una amenaza para el mundo; y a pesar de no haberse declarado, ya había comenzado la Tercera Guerra Mundial. De ellos dependía la preservación de la libertad y la supervivencia del’“mundo occidental y cristiano’.” (6)   Esta visión deja entrever que los militares latinoamericanos eran “gente ingenua”, que se dejaron deslumbrar por los EEUU. Insistimos el imperialismo norteamericano jugo un rol importantísimo en imponer dictaduras, pero de ahí a negar el papel de las burguesías nacionales y de sus aparatos represivos dista un abismo. Lacoste oculta la formación histórica del “partido militar” en los principios corporativos del fascismo, y desconoce la instrucción “contrainsurgente” aportadas al ejército argentino, por los imperialistas franceses formados en las masacres de Indochina y Argel, que fue clave en la ejecución del genocidio de la última dictadura.

Luego de analizar el contexto internacional comienza a analizar cual era la situación en Argentina y más específicamente en Mendoza; y nos dice que “esta situación se iba a sentir en América Latina en general, sobre todo en países como Argentina, incluyendo Mendoza, esa provincia donde los radicales, demócratas y peronistas trataban de entender qué pasaba y ofrecer algún canal para las demandas sociales. Pero en ese clima de violencia, esta tarea era casi imposible.” (7)  En su afán justificador, el autor -que ha denunciado numerosamente en el libro al Partido Demócrata por haber apoyado todos y cada uno de los golpes de Estado que sufrió el país- exime a los partidos tradicionales de la burguesía mendocina del “clima de violencia”. ¿Quiénes entonces serían los responsables de esta ebullición?

 “Muchos jóvenes sentían que había que cambiar el mundo para hacer uno nuevo, más justo y solidario. Y el ejemplo de Cuba demostraba que esto era posible. Sólo faltaba encontrar el camino adecuado. Pero ni la Iglesia ni los partidos políticos se percibían como canales aptos para la transformación de la sociedad. Había que buscar otros carriles. Algunos lo hicieron en la música, especialmente en el cultivo de la canción popular de protesta. Otros se enrolaron en el movimiento estudiantil universitario, que constantemente generaba movilizaciones públicas para hacer sentir sus reclamos. Hubo también quienes apostaron a las armas.” (8)  Aparentemente “todos” buscaron “carriles” menos la clase trabajadora; aún cuando durante estos años protagonizó importantes luchas como el Cordobazo, el Mendozazo, el Viborazo, del Villazo, etc.; aún cuando puso en pie el “clasismo” en varios sindicatos, creó las coordinadoras interfabriles, dio una lucha importantísima contra el Rodrigazo en junio y julio del ’75, etc. Esta omisión es parte de su operación ideológica, que busca dejar como “marginal”, separada de las grandes masas, a la generación de luchadores revolucionarios que sería víctima del genocidio del golpe militar.

Según el informe de la CONADEP, los porcentajes de víctimas de la represión que continúan desaparecidas o que fueron liberadas después de pasar por centros clandestinos de represión son: obreros 30,2%, estudiantes 21%, empleados 17,9%, profesionales 10,7%, docentes 5,7%, autónomos y varios 5%. Siguen amas de casa, conscriptos y personal subalterno de fuerzas de seguridad, periodistas, actores, artistas y religiosos. Es decir, más de la mitad de los afectados por la represión eran trabajadores: entre obreros, empleados y docentes suman un 54% y casi un 30% entre estudiantes y profesionales. Incluso todo indica que el porcentaje de los desaparecidos obreros y provenientes de los sectores populares sea bastante superior debido a que no todos los casos fueron denunciados en su momento por el temor a represalias posteriores, como señala el mismo informe.

Algo que llama poderosamente nuestra atención es que Lacoste nos plantea que ni la Iglesia ni los partidos (suponemos que habla de los partidos patronales) fueron canales aptos para la transformación de la sociedad. Hasta donde nosotros entendemos nunca la Iglesia y tampoco los partidos patronales se propusieron transformar la sociedad, sino todo lo contrario. La Iglesia como institución (salvo un pequeño sector que estuvo en contra y fue víctima del genocidio, como los curas tercermundistas) apoyó la dictadura, estuvo en los centros clandestinos de detención mientras torturaban, asesinaban, hacían desaparecer personas y se robaban niños.

Más adelante transcribe una cita de  Huntington que dice lo siguiente:
“…en tiempos de aumento de la movilización, cada sector se propone exigir un espacio mayor en el bloque de poder. Y para ello, plantea sus recursos de lucha: los estudiantes salen a las calles y organizan manifestaciones; los obreros hacen huelgas y paros generales; los militares presionan al gobierno con la amenaza del golpe de Estado. Todas estas formas de lucha política extraconstitucional suponen un cuestionamiento a los partidos políticos y al sistema institucional en su conjunto. Y si éste no es capaz de consolidarse para contener los crecientes reclamos de los sectores, se produce su desfondamiento. Desaparece el factor de contención general y equilibrio, y el Estado se transforma en una lucha de todos contra todos, en la cual siempre termina por triunfar el que tiene las armas, es decir, el Ejército.”  (9)

Vaya seriedad histórica la de los “constitucionalistas” que igualan manifestaciones y huelgas con Golpes de Estado! El Estado es un instrumento de explotación que utiliza una clase sobre otra, y -desde ya- que para hacerlo necesita las armas, el Ejército no es una organización que este por fuera de esto y que tome decisiones de forma independiente; responde a los intereses de la clase dominante. En cada una de las dictaduras el ejército actuó defendiendo los intereses de determinadas fracciones de la burguesía nacional y el imperialismo, británico primero y  norteamericano después. En un relato donde estos actores: empresarios y trabajadores, están completamente ausentes del análisis; “las armas” se disparan solas; el bonapartismo de las FFAA no responde a ningún interés de clase y EEUU simplemente desaparece de escena.

Lacoste concluye en que “durante aquellos años, la Argentina en general y Mendoza en particular cabalgaron sobre un dilema de hierro: revolución o represión. Los partidarios de la revolución, con consignas al estilo ‘Perón o muerte’. La modalidad de los atentados con explosivos en la Argentina comenzó justamente en Mendoza, con la bomba en el puente sobre el arroyo La Estacada, en la localidad de Zapata, cerca de la ciudad de Tunuyán. Simultáneamente se efectuaron atentados similares en el hotel San Francisco, de Chacras de Coria, donde se alojaban gerentes de una empresa petrolera extranjeras, y en la casa del comandante de la Agrupación de Montaña de Cuyo. Los tres atentados se realizaron en la madrugada del 25 de mayo de 1960 y marcaron un hito en la historia social y política de la Argentina, tal como ha mostrado Gastón Bustelo. Por otro lado, los defensores del orden, capaces de apoyar los golpes de Estado y los gobiernos de facto como camino indispensable para la supervivencia nacional, estaban dispuestos a todo con tal de reprimir a los partidarios de la revolución.” (10) En la misma operación ideológica, revestida de relato histórico, el autor intenta poner al mismo nivel atentados aislados de grupos izquierdistas; con el terrorismo de Estado que hizo desaparecer a 30 mil personas, que practico la tortura, que robo niños, que a miles les costo el exilio, etc. Pero en su “dilema de hierro”, reconoce que quién no estaba con “los partidarios de la revolución”; “estaban dispuestos a todo con tal de reprimir(los)”. En este “dilema” debería incluir a su partido, la UCR que apoyó el golpe militar del 76´ para reprimir a la “guerrilla industrial”, término acuñado por Balbín para señalar dónde debía concentrarse la represión para asegurar “la supervivencia nacional”.

Luego sigue argumentando esta posición y nos dice que “Las mayorías no estaban con ninguno de los dos bandos. Pero tampoco se organizaba para expresar una propuesta alternativa con claridad suficiente como para imponerse. La mayoría estaba asustada, metida en casa.” (11) Los levantamientos populares como el Cordobazo, el Rosariazo, el Mendozazo, el Villazo, o las jornadas contra el Plan Rodrigo, no muestran mayorías “metidas en su casa” justamente. Esto sin contar las innumerables manifestaciones, asambleas en las fábricas y en los distintos lugares de trabajo, en las Universidades y en los colegios secundarios, etc. Lacoste intenta justificar su dilema de hierro, con una postal bucólica del país y la provincia; justo en un periódico histórico que se encuentra entre los momentos de mayor movilización y politización de las masas.

“Dentro de este esquema de polarización  política -nos dice- había muy poco espacio para la UCR. La izquierda podía canalizar su energía a través de pequeños partidos trotskistas, comunistas y afines. Pero el mayor catalizador de esta tendencia era la Juventud Peronista. En el orden nacional, el presidente Héctor Cámpora fue percibido como el mayor representante de estos enfoques. Y en Mendoza, el principal referente de esta corriente iba a ser Alberto Martínez Baca, electo gobernador en 1973” Y continúa señalando que “en la derecha del espectro político se encontraba otro sector del peronismo, formado fundamentalmente por los dirigentes gremiales. Los peronistas de izquierda los estigmatizaban al llamarlos “la burocracia sindical”. En Mendoza, el líder de este grupo era Carlos Arturo Mendoza, dirigente de la Unión Obrera Metalúrgica y vicegobernador en 1973. Este sector motorizó en 1974 el juicio político contra el gobernador Martínez Baca. El peronismo lograba contener dentro de sí un arco notablemente amplio desde el punto de vista ideológico: allí cohabitaban desde Firmenich y sus montoneros, hasta José Ignacio Rucci y sus sindicalistas de derecha.” (12)

Nos parece importante aclarar qué es la burocracia sindical, ya que Lacoste lo pone en esta cita como si fuera sólo un insulto que el ala de izquierda del peronismo hacía sobre el ala derecha del mismo. Creemos que no es una cuestión de “estigmatizar” o no a un grupo de dirigentes, la burocracia tiene una base material que la sustenta como tal. Ante la imposibilidad de liquidar a los sindicatos, una de las mayores conquistas del movimiento obrero, la burguesía opta por otorgarle a su dirección privilegios y prebendas especiales. Esta entonces se constituye en una capa social que se eleva por encima de la clase obrera, de la cual proviene, y comienza a tener sus propios intereses. Así la burocracia se erige en negociadora entre el movimiento obrero y la patronal. Eso la obliga a suprimir la democracia sindical, perseguir a los activistas que se le oponen y convertirse en custodio del statu quo. Pero, al mismo tiempo, debe reflejar de alguna manera los intereses de los obreros, puesto que de ahí deriva su poder de negociación frente a la burguesía.

En la Argentina, la identificación entre la burocracia sindical y el fascismo, no se desarrollaría sólo bajo las dictaduras militares; es la misma ubicación que la llevó a ser un actor fundamental en la creación y el sostén de la Triple A para aniquilar a la vanguardia que había surgido en el movimiento obrero y que la cuestionaba. Entendemos que la diferencia entre las bases sindicales y sus dirigentes corrompidos, entre burócratas asesinos y los dirigentes clasistas, nunca podrá ser reflejada por la historiografía de un militante de la UCR que desde la Patagonia Rebelde y la Semana Trágica en adelante, siempre enfrentó al movimiento obrero; y que en los 70´ siempre iba a estar más cerca de la conducción de la CGT peronista que de la “guerrilla industrial”. Pero que Lacoste, niegue el rol de la burocracia sindical en los 70´ es simplemente una prueba más de su poco rigor historiográfico.

Con respecto al juicio político al gobernador Martínez Baca y como actuó la UCR frente a ello nos dice que “Dentro del radicalismo no faltaron las voces que trataron de desplazar al partido hacia uno u otro lado, para canalizar así esas demandas sociales y políticas. Esto se puso en claro, por ejemplo, en oportunidad del juicio político a Martínez Baca. Porque ni la izquierda peronista tenía votos suficientes para salvarlo. Ni la derecha peronista aliada al Partido Demócrata tenía los votos necesarios para removerlo. El árbitro era el pequeño bloque de diputados radicales… la conducción partidaria optó por dejar a sus diputados en libertad de acción. Y éstos votaron unos en un sentido, otros en el opuesto. Con los votos de dos diputados radicales, la derecha peronista y el PD lograron suspender a Martínez Baca. Pero ello no se debió a una derechización del radicalismo.” (13)

“El partido no podía dar respuesta  a la sociedad, si ésta reclamaba medidas extremas, cercanas a la violencia, de uno u otro signo… La UCR lo que hizo fue salirse del juego. Simplemente, porque no aceptaba las reglas.” (14)

De pronto las masas salen de su casa y de su pacifismo, y reclaman “medidas extremas, cercanas a la violencia”. Martínez Baca llegó a la gobernación con el 46% de los votos, en todo caso la UCR al lavarse las manos frente al juicio político lo que hizo fue una vez mas no respetar la voluntad de las masas, como durante muchos años no la respeto siendo cómplice de la proscripción del peronismo. ¿Balbín llamando públicamente a “aniquilar la guerrilla fabril” se negaba a aceptar las reglas de la violencia?

El diario La Nación informaba el 25 de marzo de 1979, tres años después del golpe, que en la extensión total del territorio nacional, sobre los 1.697 municipios censados sólo 170 intendentes, o sea el 10% pertenecen a las Fuerzas Armadas; 645 intendentes, o sea el 38% carecen de militancia política definida; y 878 intendentes, esto es, el 52% están de un modo u otro adscriptos a una corriente política concreta. Se calcula que más de 400 pertenecían a la Unión Cívica Radical, el partido que ganaría las elecciones de 1983. La UCR también fue la que una y otra vez golpeó los cuarteles militares, y les brindo funcionarios a sus dictaduras. Si eso no es violencia habría que preguntarle a Lacoste qué es.

“En los agitados años ’70, el radicalismo optó por ser fiel a sí mismo: un partido para la democracia y la paz. Un partido para la defensa de la Constitución y los principios republicanos, entre los cuales se encuentra aquél que dispone que ‘el pueblo no gobierna ni delibera sino por medio de sus representantes’. Si las corrientes predominantes no compartían estos valores, si la clave pasaba por la movilización, por salir a la calle, por buscar caminos extraconstitucionales para la lucha por el poder, pues entonces la UCR renunciaba a la popularidad. El partido de Alem aceptaba que no eran sus tiempos. Se mantenían en sus principios, a la espera de otros ciclos históricos”  

Primero hay que recordarle al autor que el partido de Alem fue el que protagonizó la Revolución del Parque que “fue una insurrección cívico-militar producida en la Argentina el 26 de julio de 1890 dirigida por la recién formada Unión Cívica, liderada por Leandro Alem, Bartolomé Mitre, Aristóbulo del Valle, Bernardo de Irigoyen y Francisco Barroetaveña, entre otros. La revolución fue derrotada por el gobierno, pero de todos modos llevó a la renuncia del presidente Miguel Juárez Celman, y su reemplazo por el vicepresidente Carlos Pellegrini.”  Cuando decimos insurrección cívico militar no nos referimos a algo pacífico, o sea que el partido de Alem en su lucha por el poder también utilizó la violencia armada.

Lo que ya no fue “tan legítimo” fue como utilizo la violencia contra los trabajadores. La UCR, que había surgido como un movimiento “revolucionario”, en cuanto llego al poder llevó adelante sangrientas represiones contra los trabajadores como fuel el caso de la Semana Trágica en 1919 la protesta comenzó por las condiciones de vida (hacinamiento y falta de higiene) de los obreros y sus familias en los conventillos, mayoritariamente inmigrantes y por las condiciones laborales y la extensión de la jornada laboral. La patronal intentó poner a funcionar la fábrica con rompehuelgas, frente a esto los obreros atacaron los camiones que transportaban a los carneros. El “democrático” gobierno de Irigoyen ordenó la represión policial, y como si eso fuera poco también movilizó tropas del ejército y distribuyó armas entre grupos fascistas (luego será conocida como la Liga Patriótica Argentina) encabezada por un miembro de la UCR, Manuel Carles. Al comenzar la represión murieron cinco obreros, la FORA convocó a un paro general porque el cortejo fúnebre atacado por las fuerzas represivas. El repudio se generalizó y  comenzó la confrontación en las calles. El número de muertos se contó por centenares. Luego vinieron los hechos de la Patagonia y si observamos todos los gobiernos radicales que siguieron seguiremos encontrando hechos como estos. El último gobierno radical termino el 20 de diciembre de 2001 con decenas de muertos a lo largo del país. No es nuestra intención aquí ahondar con hechos históricos por demás conocidos, pero en ellos se reflejan claramente cual fue y es en realidad el partido de Alem e Irigoyen. Cada vez que la UCR se sintió amenazada por la movilización de los trabajadores y el pueblo pobre se olvido de la paz y la democracia que tanto levanta Lacoste, cargando sobre su espalda a miles de trabajadores muertos.

“El tiempo demostró que la gris conducción radical de los ’70… tuvo una visión de futuro notable. Porque el ciclo de la gran movilización se cerró muy pronto. La sociedad quedó exhausta, después de tantos años de violencia, de izquierda y de derecha. Cuando se empezaron a evaluar los resultados del terrorismo de Estado, se advirtió que en Mendoza habían desaparecido más de 200 personas, la mayoría de ellas torturadas y asesinadas sin posibilidad de defenderse. La crueldad había sido extrema y había lastimado distintos sectores de la sociedad: estudiantes, jóvenes, obreros, periodistas, dirigentes gremiales y políticos…Harta del baño de sangre, la sociedad comenzó a reclamar por un tiempo de paz. Y entonces, se cerró un ciclo donde la UCR podía aportar poco, y se abrió otro, donde el radicalismo era indispensable. ‘La paciencia es amarga, pero su fruto delicioso’, señalaba un proverbio hindú. La UCR podía apreciar la sabiduría de esta sentencia.” (15)

La primera vez que leímos este párrafo un frío recorrió nuestras espaldas, el autor que afirma que en Mendoza (ni hablar del resto del país) “…habían desaparecido más de 200 personas, la mayoría de ellas torturadas y asesinadas sin posibilidad de defenderse. La crueldad había sido extrema...” e inmediatamente remata el párrafo citando un proverbio hindú que repugna. Lacoste cierra este capítulo regodeándose de que la UCR, la misma que le brindo funcionarios a la dictadura, ganase el gobierno, cuándo esta terminó el trabajo sucio de liquidar el “dilema de hierro” con un baño de sangre. Este texto debería ser leído en todas las escuelas de la provincia, para que los jóvenes entiendan cómo los partidos tradicionales de nuestra provincia cosecharon “el fruto delicioso” del poder estatal conseguido, con el aniquilamiento del ciclo de “la gran movilización” revolucionaria de los 70´ liquidado por el terrorismo de estado. Así podrán ver que “la primavera alfonsinista” y el gobierno de Felipe Llaver florecieron sobre el Cuadro 33 del cementerio de la capital.


Notas:
1- Lacoste, P. “Santiago Felipe Llaver. Introducción a medio siglo de historia de Mendoza”, Mendoza, Ediciones Culturales de Mendoza, 2001, p. 112
2- Ibídem, p. 112
3- Ibídem, p. 112 y 113
4- Ibídem, p. 113
5- Ibídem, p. 113
6- Ibídem, p. 114
7- Ibídem, p. 115
8- Ibídem, p. 116
9- Ibídem, p. 116
10- Ibídem, p. 118
11- Ibídem, p. 118
12- Ibídem, p. 118
13- Ibídem, p. 120
14- Ibídem, p. 120
15- Ibídem, p. 120