Publicada originalmente en La Verdad Obrera, Jueves 3 de noviembre de 2011
El triunfo de Paco Pérez no se debió sólo al arrastre de Cristina, sino a la refracción del modelo K que encarnan las nuevas gestiones de los intendentes peronistas que gobiernan una buena fracción del Gran Mendoza (Guaymallén, Las Heras, Maipú y ahora Luján), y los distritos importantes del Este y el Sur de la provincia. De esta forma la estrategia radical de cortar boleta se entrampó en la encerrona de la boleta sábana, que sólo era digerible allí donde gobernaban los municipios (Capital, Godoy Cruz, etc.). El otro factor distractivo de la campaña (que ponía a Iglesias muy cerca de Pérez) fue la mala imagen de Jaque que, como bien interpretó el Chueco Mazzón, no necesariamente se contagiaba a su gabinete. Por su parte, Ciurca tenía una buena imagen al frente de la administración de la seguridad pública y desarrollo social (dos centros de poder del peronismo), y Pérez era un desconocido, una “figura a construir” -siguiendo la exitosa fórmula Urtubey. Los sustentos de este voto conservador a los gestores locales de la política kirchnerista (intendentes y gabinete) se explican por la identificación de las concesiones del gobierno nacional (AUH, netbooks, jubilaciones, etc.) con un gobierno del PJ muy subordinado a Cristina, por la mala imagen de Jaque, que hizo ver a Paco Pérez no como un político con juego propio (comparable a De la Sota o Scioli), sino como un soldado de la línea nacional: “Por más que sea pro-mineras, fundamentalista católico, derechoso, etc. tendrá que subordinarse a Cristina”. El problema que más puede acelerar el desprestigio de este nuevo gobierno es que la propia agenda del kirchnerismo no prevé un asistencialismo fiscal a las provincias (de ahí el desafío de Schiaretti a Cristina por la caja de jubilaciones) para afrontar desfasajes “insostenibles” en las tarifas y el gasto público (dentro del cual un porcentaje abrumador lo representan los salarios estatales). El tono “inclusivo” de la campaña de Pérez se le puede volver en contra a la hora de tomar medidas como el reciente anuncio de “sinceramiento” de tarifas, que ha caído muy mal, avivando el fantasma de “Jaque miente”.
El régimen provincial -dominado por el PJ, la UCR y el PD- se ve estabilizado por la continuidad del oficialismo, que facilita la relación con la Nación y su caja. La UCR, lejos hacer mala elección, logró despegarse de la debacle de Alfonsín y preservarse como una alternativa de recambio (algo que no existe a nivel nacional), además de que hizo una muy buena elección en los municipios grandes que gobierna. El que peor rendimiento tuvo, entre estos tres partidos ultraconservadores, fue el PD al que su alianza con Rodríguez Saá sólo le remitió votos al puntano, ya que su candidato a gobernador mantuvo su caudal habitual, y perdió la intendencia de Luján (su bastión histórico) en forma categórica con el PJ; sólo preserva la figura díscola de Difonso (candidato anti-mineras de San Carlos). La centroizquierda se vio fortalecida superestructuralmente por el ascenso de Binner, y sin embargo no le alcanzó para desarrollar a sus candidatos locales y quedó lejos de obtener algún diputado o concejal y su candidato a gobernador sacó un magro 3% (contra un 11% de Binner). Esto fue producto de su política de seguidismo a ultranza de los radicales, que los lleva a declaraciones como las de su candidato a gobernador en el debate de Canal 7, en que dijo que el gobierno de Iglesias había sido el mejor de la historia de Mendoza (o sea el que recortó el 13% de sueldo a los estatales y jubilados, entre otras medidas).
El peronismo local es, dentro de este escenario, el que más contradicciones tiene. La llamada renovación generacional de la que habla Paco Pérez (y a la que apuesta Cristina con cuadros de la derecha católica como Diego Bossio) a partir de una camada de funcionarios e intendentes con pocos años en la gestión, oculta que su contenido es conservador de la vieja política del PJ. La centroizquierda K es consciente de esto: Follari (referente de Carta Abierta) reconoció que hay que tragarse los sapos (Scioli y Gioja) y que los “buenos” tenemos que ir con los “malos”. Justificó esto diciendo que la fortaleza del kirchnerismo no se debe a una construcción propia sino a su capacidad de ser hegemónica sobre aparatos como los del PJ, lleno de tipos “malos”, ya que “si los K se hubieran presentado solos sacarían en Mendoza menos votos que la Izquierda” (sic). Laclau, en cambio, dijo en la misma conferencia que el populismo (representado por los K) implicaba un cambio de régimen a partir de la identidad entre la figura carismática de Cristina y las bases populares y que esto desarrollaba una transformación del Estado desde abajo, por ejemplo reemplazando los aparatos de los municipios y punteros por organizaciones vecinales de base. Nada más alejado de la realidad, como se puede ver en las últimas elecciones. Sin embargo nos ayuda a ver la debilidad estratégica del kirchnerismo, que no ha desarrollado una capacidad de movilización y organización independiente del Estado y la burocracia. En consecuencia pocos pueden poner en duda que ante una eventual caída de la imagen de Cristina y el ascenso de la figura de algún otro caudillo, el mismo aparato de intendentes, punteros, etc., se pasarían al bando triunfador. La relación del kirchnerismo con la burocracia sindical local viene marcada por un desplazamiento de los dirigentes con mayor “juego propio” como Guillermo Pereyra (CEC) y su “Mesa política y sindical de los trabajadores”, y el apoyo al sector más conservador de Dante González (Petroleros) -al que incluyeron en la lista de Diputados Nacionales- y el menemista Calcagni -que sigue al frente de la CGT local-. En la juventud; el intento de crear artificialmente La Cámpora sin dirigentes reales y contra la juventud K más orgánica y con peso en la universidad, como el FEUP, viene generando rispideces, y se combina con la crisis de la pejotización de la centroizquierda K que hizo que se rompiera su frente universitario entre un sector ligado a Paco Pérez, que busca integrarse a la gestión del gobierno provincial, y otro que busca preservar su “independencia” para mantener su base en el movimiento estudiantil en el que vienen retrocediendo frente a Franja Morada.
El Estado provincial tiene que responder en el plano económico a una transición estratégica entre el fin de medio siglo de sustento en el petróleo, hoy en franca declinación, y la ausencia de un sustento estratégico alternativo como podría ser la megaminería -que hoy está altamente cuestionada por las masas- o la profundización de la línea de ser una plataforma exportadora hacia el Pacífico y el Mercosur -que está muy cuestionado por la crisis internacional y las tensiones con el mercado brasileño-. Esto demuestra la imposibilidad de un desarrollo armónico de las economías regionales (ilusión que sostienen algunos referentes que participan del movimiento anti-minero) en un país semicolonial dominado por las multinacionales. En el plano político, por su parte, han sido una novedad importante los juicios a los genocidas y la olla que se destapó en la Justicia Federal luego de la fuga de Otilio Romano: vemos que esto expresa el elemento más contradictorio de la relación del kirchnerismo con el Estado ya que sale a la luz el nivel en que están involucrados funcionarios del poder político y judicial, a tal punto que no sólo tres camaristas de la cúpula judicial han sido desvinculados y van camino a ser procesados por delitos de lesa humanidad, sino que también políticos como Luis Leiva -que había sido candidato a gobernador del PS en 2007 y estuvo a punto de serlo nuevamente con el FAP- escoltó a su amigo Otilio Romano en su escape a Chile. Con respecto a su aparato represivo, se fortaleció la policía provincial. En Mendoza a diferencia de la Bonaerense o la Federal ha crecido formidablemente no sólo en efectivos y tecnología sino en control del territorio, logrando que se retire la Gendarmería que había traído Cobos. Esta institución venía golpeada del anterior gobierno peronista con su mentada reforma policial y hoy han fortalecido su “control” sobre bandas criminales y barrabravas y tienen mayor prestigio como actor del régimen.
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